Mi caballo negro

 

Mi quinceavo cumpleaños en esta granja. Es un sentimiento extraño, un indescriptible vacío que suelo sentir al mediodía tras el único sonido que resuena en mis oídos, el balar de mis vacas, el graznido de las gallinas y el constante revoloteo de mi caballo, que suele ir de un lado a otro eufórico por un palo que le suele llamar la atención más que cualquier otra cosa.

Después de años inmerso en los centenares de libros que fui encontrando en la granja, pude saber cuánto mide mi terreno,  además de aprender a diferenciar a los animales. Siempre tengo la sospecha que son libros de hace muchísimos años, por lo destruidos y desbaratados que están, tienen páginas que son ilegibles y otras que les faltan muchos pedazos. Pero bueno, logré arreglármelas y hacer muchas recopilaciones de información anteriormente no descubierta; como el sonido de los animales, algunos gestos y movimientos inquietantes que suelen tener, entre otras cosas.

Recapitulando, la granja mide 3875.01 pies, alrededor de ella no se encuentra ni un alma, ni humana ni animal. Todavía no me sé ubicar bien en el mapa, pero por lo que aprendí estoy ubicado al sureste de un pueblo llamado Bruleands, todavía no sé qué hay más allá de mi granja, pero sé que es un largo camino que recorrer, para el cual ni mi caballo ni yo estamos preparados. Llevo años intentando hacer pequeñas expediciones pero no termino encontrando nada. Hasta el momento, la más larga que he hecho es de un día entero.

En ese tedioso viaje me lleve un cuchillo para cortar algunas plantas en el camino y revisarlas para ponerlas en mis archivos. También llevé conmigo un par de espejos para colocarlos alrededor del bosque y que no se perdiera de vista nada. Al amanecer, una fuerte brisa hizo caer uno de los espejos que estaba cercano a mi caballo; él, espantado por el sólido ruido del estallido, empezó a hacer ruidos demenciales con mucho ímpetu. Por lo que logré a entender los sonidos eran como un “gua gua” o “bau bau”, un ladrido soltó mi caballo.

 También llevé un pedazo de tela de un color llamativo para no perder a mi caballo, ya que mi caballo es lo más negro que podrá ver el mundo, carece de cualquier tipo de iluminación, como si absorbiera toda la luz de los colores y los volviera en nada. Es lo más importante que tengo, suele ser muy cariñoso, tanto que suele lamerme cada vez que está muy feliz. También mueve su cola de manera abrupta, tiene piernas robustas y altas que corren a una increíble velocidad pero aun así ni con mi caballo podemos continuar este laberinto de pueblo en el que vivimos. 

La única pista que hemos conseguido en ese viaje es una especie de madera añeja que tenía manchas incomprensibles, me pareció haber leído en algún libro sobre esa escritura pero no lo podía recordar en el momento. Miré la hora pero era imposible leerla en el reloj viejo que llevé conmigo, así que calculé el tiempo por la caída del sol. Es increíble que después de tantos años no sepa nada de nadie y no pueda encontrar salida de esta granja, como si yo fuera de otro mundo. Lo único que me queda es, ver cómo mis vacas saltan sobre la pradera, cómo mis gallinas alzan sus bellas alas con su gran pico estirado y cómo mi viejo amigo el caballo me ladra ante cualquier ruido.

Me parece un locura imaginarme a otras personas como yo (¿medirán lo mismo o serán más altas?), aunque creo que eso es imposible ya que me considero bastante alto, soy casi de la altura de mi caballo, sería muy perturbador pensar que alguien mida un metro o más, eso sería totalmente desproporcional, mediría más que un caballo.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Presentación

La espera de Borges

Los Amigos