"Una Mancha Verde en el Sofá" (Anécdota de Chejov)

 

“Qué raro el día de hoy” pensó.

-          Parece que estamos festejando algo, mas no hay nada que festejar. Tras meses de nubes y lluvias imparables, decidió salir el sol. -dijo en voz alta para la habitación vacía - Cualquier viejo diría que es un buen día para ir a la playa o salir, pero sinceramente odio el calor, así que para mí, es un mal día. Me pone de mal humor pensar en que tengo que salir sólo porque hay un poco de luz. Prefiero escuchar la lluvia caer, o ver mi auto mojarse.

 Había empezado pegándose a la ventana para escuchar la lluvia, aunque la mejor solución que encontró para el aburrimiento fue hablarse a él mismo, ya que no encontró sonidos más fuertes que su propia voz. Kobayashi, el joven extranjero, era envidiado por muchos. Heredero oportuno de las riquezas de una tía lejana, cuyo nombre solo había escuchado un par de veces: Olivia. Seguramente lo olvidaría en cuestión de meses.

-          Me levanto todos los días a las 9 de la mañana. Bajo las escaleras, me preparo un café y me siento en el sofá familiar. Carne con puré, sándwiches, pasta, cereal con leche o mejor una batata al horno- dijo mientras tomaba su café.

Pero hoy era un día distinto para Kobayashi. Tenía que invocar ese nombre que le resultaba innombrable. Tenía una petición de Olivia. Petición que tenía que cumplir para recibir el total de sus riquezas. Algo simple, pero que le era de mucha molestia: firmar unos papeles y hablar con la familia de la difunta.

-          Me vestí normal, pero sin estar tan descuidado. Preparé mi lapicero, tomé unas hojas en blanco por si acaso y caminé hasta el punto de encuentro. Luego de 20 minutos caminando encontré el lugar y la encontré a usted. Disculpe ¿Cuál es su nombre? Qué descuidado que soy…

 

La secretaria lo miró.

 

-          Señor Kobayashi lo espera el escribano en el segundo piso a la derecha.

Kobayashi siguió como si no hubiera ocurrido la conversación, encontró al escribano y firmó los papeles con su lapicero verde.

 Caminó hacia la casa de la familia avanzando por las brillantes y ostentosas calles. Se intensificó su paso y su mal humor. Tocó el timbre con un poco de nervios, pasó a la casa y se acomodó en el sofá. Sombras, pasos, comida, abrazos, preguntas... todo de golpe al entrar en la casa.

“Espero haber guardado mi lapicero, no lo siento desde hace un rato. ¿Qué hago sin él? – Latidos fuertes- ¿Qué hago acá? Me duele la cabeza”

Los familiares de Olivia no escucharon ni una palabra de Kobayashi durante la visita. Así como entró se retiró. Aceleró su paso camino a casa para poder acostarse en el sofá familiar, su lugar favorito de la casa, su lugar seguro.

Pasaron los días y ese momento incómodo ya no formaba parte de los pensamientos de Kobayashi. Se levantó a la hora habitual, preparó su café y se sentó en ese sofá familiar que tan agradable le resulta. Un sofá muy lindo de color azul marino, amplio como para cinco personas, hecho de madera de roble y con tres pequeños almohadones de color grisáceo.

-          ¿Qué es esto? ¿Por qué está esto en mi sofá? ¿Quién lo dejó ahí? ¿En qué momento dejé un lapicero verde en mi sofá si yo no tengo lapiceros verdes? Tiene una mancha el almohadón ¿De dónde salió si solo yo estoy en casa? – empezó el dolor de cabeza.

Tocaron el timbre, algo nada habitual en la casa de Kobayashi. Tres veces sonó hasta que atendió.

-          Hay un ruido ¿Qué es? ¿Quién es? ¿Por qué alguien toca mi puerta si no estoy esperando a nadie?               – respiración fuerte.

Era la primera vez que el joven Kobayashi escuchaba su timbre desde que se mudó. Abrió la puerta y vio un señor que le resultaba familiar pero que no podía reconocer.

-          ¿Quién es? – preguntó Kobayashi

-          Hola, disculpa, soy el sobrino de Olivia. Vine a dejarte esto, ya que la última vez fue una visita rápida.- dijo el hombre.

-          Claro – tomo lo que le ofrecía y cerró la puerta.

Entró y lo dejó en el sofá. Dio un par de vueltas, subió al baño y volvió a bajar para mirar lo que le habían dado. Se sentó.

En cuestión de horas se paró, fue a su cuarto y buscó algo en el armario. Volvió a bajar para sentarse en el sofá.

-          Amo este sofá, lo amo con mi vida.

El verde de la mancha del sofá se teñía de un rojo vibrante que caía desde la mano inerte de Kobayashi, de la que se resbalaba una carta que ahora era ilegible.

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